viernes, 30 de enero de 2015

IL BRAGUETTONE EN ÚBEDA


            Úbeda y Roma, vidas paralelas, ciudades paralelas. Comparten la gloria de haber albergado un Miguel Ángel y la vergüenza de haberlo destruido. La diferencia está en los motivos: a los revolucionarios de Úbeda, el San Juanito debió parecerles demasiado religioso; al Concilio de Trento El Juicio Universal, demasiado poco.


SANJUANITO: BUONARROTI EN ÚBEDA



            El San Juanito de Úbeda sin duda era (¿es?) un verdadero Miguel Ángel. Por tal lo da Tolnay, y Tolnay es la autoridad irrebatible en temas buonarrotescos, un personaje en si mismo en cierta forma a la altura de su biografiado. Ciertamente dice que es de la “Escuela de M. A.”; o sea, igual todo lo demás del Divino: La sacristía nueva, La tumba de Julio II o El Juicio Universal. Las fuentes cuentan que un batallón de pintores y escultores pulía, barnizaba o incluso pintaba y tallaba las obras de Miguel Ángel, pero el diseño y el soplo divino siempre eran del Buonarroti.
 El San Juanito es una obra característica de la época talibán de Florencia. En los primeros años noventa del S XV el fraile Savonarola instauró el terror integrista basado en un ejército de 15.000 niños. Fue una experiencia singular. Los fanatizados hijos, espiando por las rendijas del dormitorio, denunciaban que sus padres usaban afeites, que leían libros prohibidos, que compraban obras de arte o que tenían relaciones espurias. Las vanidades (diademas, cinturones, vestidos provocativos, cuadros, libros…) se quemaban en la plaza de la Señoría con acompañamiento de ayes y el terrorífico sermón del fraile narigudo anunciando el final de los siglos. A Miguel  Ángel aquello le causó una profunda impresión, el miedo le duró toda su vida; pero al mismo tiempo, no podía menos que deplorar la quema del producto de su oficio: el arte. En este contexto dual Buonarroti crea dos obras de signo opuesto: el San Giovanino y el Cupido. Ambas sobre niños: los florentinos sufrían alucinaciones con aquellas dulces criaturas.  Añadamos que ambas eran obras alimenticias, ¡y tanto que lo eran! ¿Os imagináis a un señor serio como el Buonarroti maquillando el Cupido para darle el aspecto de obra de una antigüedad romana? Pues eso hizo. Una suerte similar debió sufrir el San Juanito; por aquel tiempo Buonarroti huyó a Venecia para escapar a las atenciones de tan encantadores angelitos. Allí se lo compró al Senado el ubetense Francisco de los Cobos; el decía que se lo habían regalado, pero ya se sabe que cuando se trata de super-ministros esos regalos se pagan bajo manga. No estuvo nada mal la elección, no señor; el San Juanito es (¿era?) una obra de la más pura pedigree del florentino. Ostenta el atributo que más distingue a su escultura: el codo buonarrotesco. El brazo doblado a la altura del codo. ¿Os habéis fijado… La Piedad, El David, El día, La Virgen de la escalera…? El codo, el codo y nada más que el codo. Lo malo es que, como diría un renacentista florentino, en la fortuna se incuba ya el germen del desastre. El inconveniente que tienen estos codos esculturales es, por decirlo con cierta brutalidad, es que no tienen ni media bofetada. Al de El David se lo volaron de un banquetazo en la revolución florentina. En cuanto a la escultura “con codo” de Úbeda ¿Qué vamos a decir? Usada como mojón de un garaje. Picadillo, quedó hecha picadillo. En la capilla del Salvador actuaron unos niños como los de Savonarola, algo más creciditos, quizás, pero seguramente equiparables en el nivel de instrucción. Por motivos religiosos, por motivos irreligiosos ¿qué más da? El resultado es el mismo.


PAPILLA DE SANJUANITO


Il Braghetone por su parte desfiguró la obra cumbre del florentino, El Juicio Universal, y no se si digo una blasfemia si asevero que me da igual que se hizo por orden directa de Dios. En el fondo, el Juicio también se vio afectado por una revolución, o mejor dicho, una contrarrevolución: la de la decencia. La obra, en la que aun alentaba el soplo del Renacimiento, se vio de pronto abocada al escrutinio de una época nueva que proponía la conversión en cal de las esculturas nudistas de Laocontes, Apolos y Dianas. Pero el florentino no era un cualquiera, era probablemente ya en su tiempo el hombre más importante del mundo. Incluso un papa llegó a proclamar que en su mano habitaba el aliento divino de la Creación. Poner las manos en su obra podía ser blasfemia. La contradicción era terrible. Trento no podía permitir la supervivencia de una obra en la que hombres, mujeres, niños y viejos se regocijaban en todas las variedades del amor. A alguien se le encendió una luz, ¡ah, entonces que arregle el mismo su obra! Se negó, no en rotundo, sino en esta su forma de la negativa que era el decir “mas adelante”. Una vez muerto se recurrió a lo de siempre, a buscar un Judas. Daniele Riciarelli, il Braghettone, era el discípulo predilecto, pero ante la orden expresa del Concilio de Trento no pudo evadirse, ¡es como si te lo ordena el mismo Dios! La maza machacó el fresco hasta el fondo en cuanto a las escenas más lascivas; para los pecados de simple desnudez se contentó con superponer braguetas “a seco”.


CAPILLA SALVADOR: SEDE DEL SANJUANITO


No debe avergonzarse Úbeda: la revolución simplemente pasaba por allí y ellos tenían un Miguel Ángel. Siempre que se produce la conjunción de ambos factores, el resultado es el mismo. El David, mancado en la revolución anti-medicea de Florencia. El Julio II monumental de bronce, precipitado desde las alturas de san Petronio y destrozado en la revolución anti-papal de Bolonia. El caballo de bronce hecho para Enrique II, al que la Revolución Francesa hizo fosfatina. El San Juanito de Úbeda, “garajizado” en la retaguardia revolucionaria de nuestra guerra incivil. Por no hacer la relación eterna, el propio Miguel Ángel trituró a martillazos otra de sus obras cumbre, La Piedad florentina, preocupado por la revolución contra-reformista. Lo que pasa es que sus pedazos valían mucho y el sirviente a quien se los regaló decidió entregárselos a un restaurador. Con el producto, pagó la dote a su hija. Por fortuna, creo que el destino del San Juanito será similar, no me refiero a que los restauradores ubetenses vayan a pagar dotes a sus hijas.


LO QUE QUEDA DEL SALVADOR


¿Por qué la furia revolucionaria se ceba siempre con Miguel Ángel? Tentado estaría de destacar la palabra Furia, con la que siempre se caracterizó al divino. Pero no es eso; en su propia excelsitud está su pecado. Las revoluciones aspiran a conquistar no solo los cuerpos, sino también los corazones. Un Miguel Ángel siempre será el máximo orgullo, el tótem de cualquier ciudad, nación o pueblo. Así sea. Mi esperanza y mi deseo es que Úbeda recupere pronto el orgullo de albergar nuestro único Miguel Ángel. 

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