Úbeda
y Roma, vidas paralelas, ciudades paralelas. Comparten la gloria de haber
albergado un Miguel Ángel y la vergüenza de haberlo destruido. La diferencia
está en los motivos: a los revolucionarios de Úbeda, el San Juanito debió parecerles demasiado religioso; al Concilio de
Trento El Juicio Universal, demasiado
poco.
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SANJUANITO: BUONARROTI EN ÚBEDA |
El
San Juanito de Úbeda sin duda era (¿es?) un verdadero Miguel Ángel. Por tal lo
da Tolnay, y Tolnay es la autoridad irrebatible en temas buonarrotescos, un
personaje en si mismo en cierta forma a la altura de su biografiado.
Ciertamente dice que es de la “Escuela de M. A.”; o sea, igual todo lo demás
del Divino: La sacristía nueva, La
tumba de Julio II o El Juicio Universal. Las fuentes cuentan que un batallón de
pintores y escultores pulía, barnizaba o incluso pintaba y tallaba las obras de
Miguel Ángel, pero el diseño y el soplo divino siempre eran del Buonarroti.
El San Juanito es una obra característica de
la época talibán de Florencia. En los
primeros años noventa del S XV el fraile Savonarola instauró el terror
integrista basado en un ejército de 15.000 niños. Fue una experiencia singular.
Los fanatizados hijos, espiando por las rendijas del dormitorio, denunciaban que
sus padres usaban afeites, que leían libros prohibidos, que compraban obras de
arte o que tenían relaciones espurias. Las vanidades (diademas, cinturones,
vestidos provocativos, cuadros, libros…) se quemaban en la plaza de la Señoría con acompañamiento
de ayes y el terrorífico sermón del fraile narigudo anunciando el final de los
siglos. A Miguel Ángel aquello le causó
una profunda impresión, el miedo le duró toda su vida; pero al mismo tiempo, no
podía menos que deplorar la quema del producto de su oficio: el arte. En este
contexto dual Buonarroti crea dos obras de signo opuesto: el San Giovanino y el
Cupido. Ambas sobre niños: los florentinos sufrían alucinaciones con aquellas
dulces criaturas. Añadamos que ambas
eran obras alimenticias, ¡y tanto que lo eran! ¿Os imagináis a un señor serio
como el Buonarroti maquillando el Cupido para darle el aspecto de obra de una
antigüedad romana? Pues eso hizo. Una suerte similar debió sufrir el San
Juanito; por aquel tiempo Buonarroti huyó a Venecia para escapar a las
atenciones de tan encantadores angelitos. Allí se lo compró al Senado el ubetense
Francisco de los Cobos; el decía que se lo habían regalado, pero ya se sabe que
cuando se trata de super-ministros esos regalos se pagan bajo manga. No estuvo
nada mal la elección, no señor; el San Juanito es (¿era?) una obra de la más
pura pedigree del florentino. Ostenta el atributo que más distingue a su
escultura: el codo buonarrotesco. El brazo doblado a la altura del codo. ¿Os
habéis fijado… La Piedad,
El David, El día, La Virgen
de la escalera…? El codo, el codo y nada más que el codo. Lo malo es que, como
diría un renacentista florentino, en la fortuna se incuba ya el germen del
desastre. El inconveniente que tienen estos codos esculturales es, por decirlo
con cierta brutalidad, es que no tienen ni media bofetada. Al de El David se lo
volaron de un banquetazo en la revolución florentina. En cuanto a la escultura
“con codo” de Úbeda ¿Qué vamos a decir? Usada como mojón de un garaje.
Picadillo, quedó hecha picadillo. En la capilla del Salvador actuaron unos
niños como los de Savonarola, algo más creciditos, quizás, pero seguramente
equiparables en el nivel de instrucción. Por motivos religiosos, por motivos
irreligiosos ¿qué más da? El resultado es el mismo.
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PAPILLA DE SANJUANITO |
Il Braghetone por su
parte desfiguró la obra cumbre del florentino, El Juicio Universal, y no se si
digo una blasfemia si asevero que me da igual que se hizo por orden directa de
Dios. En el fondo, el Juicio también se vio afectado por una revolución, o
mejor dicho, una contrarrevolución: la de la decencia. La obra, en la que aun
alentaba el soplo del Renacimiento, se vio de pronto abocada al escrutinio de
una época nueva que proponía la conversión en cal de las esculturas nudistas de
Laocontes, Apolos y Dianas. Pero el florentino no era un cualquiera, era
probablemente ya en su tiempo el hombre más importante del mundo. Incluso un
papa llegó a proclamar que en su mano habitaba el aliento divino de la Creación. Poner
las manos en su obra podía ser blasfemia. La contradicción era terrible. Trento
no podía permitir la supervivencia de una obra en la que hombres, mujeres,
niños y viejos se regocijaban en todas las variedades del amor. A alguien se le
encendió una luz, ¡ah, entonces que arregle el mismo su obra! Se negó, no en
rotundo, sino en esta su forma de la negativa que era el decir “mas adelante”.
Una vez muerto se recurrió a lo de siempre, a buscar un Judas. Daniele
Riciarelli, il Braghettone, era el discípulo predilecto, pero ante la orden
expresa del Concilio de Trento no pudo evadirse, ¡es como si te lo ordena el
mismo Dios! La maza machacó el fresco hasta el fondo en cuanto a las escenas más
lascivas; para los pecados de simple desnudez se contentó con superponer
braguetas “a seco”.
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CAPILLA SALVADOR: SEDE DEL SANJUANITO |
No debe avergonzarse
Úbeda: la revolución simplemente pasaba por allí y ellos tenían un Miguel
Ángel. Siempre que se produce la conjunción de ambos factores, el resultado es
el mismo. El David, mancado en la revolución anti-medicea de Florencia. El
Julio II monumental de bronce, precipitado desde las alturas de san Petronio y
destrozado en la revolución anti-papal de Bolonia. El caballo de bronce hecho
para Enrique II, al que la Revolución
Francesa hizo fosfatina. El San Juanito de Úbeda,
“garajizado” en la retaguardia revolucionaria de nuestra guerra incivil. Por no
hacer la relación eterna, el propio Miguel Ángel trituró a martillazos otra de
sus obras cumbre, La Piedad florentina, preocupado por la
revolución contra-reformista. Lo que pasa es que sus pedazos valían mucho y el
sirviente a quien se los regaló decidió entregárselos a un restaurador. Con el
producto, pagó la dote a su hija. Por fortuna, creo que el destino del San
Juanito será similar, no me refiero a que los restauradores ubetenses vayan a
pagar dotes a sus hijas.
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LO QUE QUEDA DEL SALVADOR |
¿Por qué la furia revolucionaria
se ceba siempre con Miguel Ángel? Tentado estaría de destacar la palabra Furia,
con la que siempre se caracterizó al divino. Pero no es eso; en su propia
excelsitud está su pecado. Las revoluciones aspiran a conquistar no solo los
cuerpos, sino también los corazones. Un Miguel Ángel siempre será el máximo
orgullo, el tótem de cualquier ciudad, nación o pueblo. Así sea. Mi esperanza y
mi deseo es que Úbeda recupere pronto el orgullo de albergar nuestro único
Miguel Ángel.
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