Mi excursión a Volterra, acabó siendo un asunto irremediable. Pasa, que estoy obsesionado con el pintor Riciarelli, natural de Volterra, que tuvo que poner braguetas a los impúdicos desnudos de Miguel Ángel. Riciarelli a su vez pintó un fresco bastante chusco en
Me encantan esos grandes combis de
Mercedes, que ponen a tu disposición en los congresos de Hacia un Ministerio de Hacienda europeo. Puedes estirar una mesa,
beber agua San Pellegrino, leer, escribir y poner distancia con los restantes
pasajeros. El chofer era el típico chico italiano bien vestido, o sea que era
rumano. Dijo que se llamaba Ismael y yo le dije que Quequeg. Cuando estaba a
punto de decir que era una broma, la otra pasajera, que se llama Pilar, es de
Zaragoza y trabaja en la Caja
de ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja dijo que sí, que qué bien, que ella
también iba a ponerse un nombre nativo, para solidarizarse con los pueblos
subsaharianos, aunque yo lo sentía, Pilar, pero me llamo Jacques Millot, y
estoy muy bien aquí, gracias. Es por la mesa. Ella, iba a Volterra, a
interesarse por los efectos del cambio climático sobre los tartufos, que es
como llaman por aquí a las trufas. Yo no creo en el cambio climático, a pesar de
que Pili me intentó educar, enseñándome con el dedo lo marroncitos que están
los rastrojos entre Umbría y Toscana. Pero me sentía muy a gusto porque, al
menos, la bancaria, no estaba fuerte en literatura. Me hallaba a salvo de que
descubriera la disfunción que me aqueja: leo tanto, que todos mis pensamientos,
son pensamientos prestados por escritores. Por ejemplo, ahora estoy pensando
que solo tengo “Ideas Recibidas”, como dice Flaubert en Bouvard y Pecuchet. Me sentía tan relajado, que me agradó mucho ver
como volcó un motocarro verde, que iba por la carretera, delante de nosotros. Se
quedó boca arriba, apoyado en el portón trasero. No diré que el señor agitaba
las patitas en el aire, como cierto escarabajo, porque ya sería demasiado. Lo
que pasa es que Pilar, una mujer caballuna, cuyo cuerpo parecía distribuido en
cuartos, insistió mucho en educarme. Se empeñó en hablar de Sthendal, que
siguió hasta Volterra a la hermosa Matilde Viscontini. La bella le dio
calabazas y este fracaso, preocupaba mucho a mi reciente amiga. A mi no tanto,
lo que de verdad me preocupa es donde se pueden encontrar hoy en día mujeres
como la Viscontini. Unos
ojos verdes de infarto, escritora, revolucionaria y feminista antes de
inventarse el concepto y como guinda del pastel, jardinera. Las jardineras eran
las responsables de un grupo carbonario de nueve miembros, llamado el jardín, y
a mí todo eso de mi jardín esta abierto, entra en mi jardín, etcétera me
dispara la fantasía. ¿Dónde están hoy las jardineras? ¿Dónde estáis, emoción y
fantasía? ¡Solo nos queda el cambio climático!
Pilar perdió fuelle con lo de
Sthendal, e Ismael tomó el relevo, pretendiendo que yo le enseñara italiano.
Pensaba abrir una ruta turística y yo le dije que no, que Volterra no era el
sitio adecuado. No creo que me entendiera, porque no sé traducir la palabra Infierno
al rumano. Pero yo estaba a gustito, y me seguía riendo por lo bajinis del tipo
del motocarro. Sé que está mal reírme de esas cosas, pero no lo podía evitar. Un
hormigueante júbilo me recorría las entretelas pensando en Vola Terra, sin
olvidarme de los pavorosos descendimientos, a cuya contemplación estaba
impaciente por dedicarme. Por las ventanas, tintadas de morado, pasaban
curiosidades como San Giminiano, la Nueva
York medieval o el barranco de los fósiles de Orgiaglia,
conocido por las numerosas piezas de equinoideos, lamelibranquios y
gasterópodos.
Fue agradable ver aparecer el odioso Macho, el torreón
florentino de Volterra, ocupado en la perpetua violación de una grácil torre
más pequeña conocida como la
Hembra. El Macho tenía por función, tener sujetos a los
habitantes, y aún hoy es una cárcel, porque Volterra, luego sabréis porqué, es
una ciudad con vocación finalista: manicomio, cárcel, hospital de incurables.
En la cima de una montaña amesetada, solo con verla se comprende porque no ha
conocido una expansión industrial o residencial, como sus hermanas italianas.
Es toda pura, todas sus casas son del medievo o del renacimiento, con la
ventaja de que está protegida del turismo por cientos de curvas vomitivas...
sin hablar de algo espeluznante. No creo que ningún tour-operator desee que su
clientela acabe en el Infierno.
En
la puerta de Cezi nos despedimos de Ismael, hasta las siete. Estaba empeñado en
ir al Macho y yo le dije, sí, vete al Macho. Tal vez sea un “sin papeles” y se
quede allí. Por supuesto, también le dije adiós a Pilar, para que se fuera con
sus trufas del cambio climático, pero ella debió pensar que aún no había
concluido con mi educación y decidió acompañarme.
Recorrimos el museo Etrusco, en el
palacio Guarnachi. Pilar parecía haberse convertido en una comadreja u otro de
esos animalitos hiperactivos. Se sabía de memoria la guía Mondadori y estaba
empeñada en convencerme de que éste era el mejor museo Etrusco del mundo.
Millares de urnas cinerarias con estatuas de esposos encima. Yo, que me había
documentado en la M. T.
Cicerón, sabía que el museo según los criterios actuales es una birria. Sistema
de exposición a la antigua, por materias, no por edades, relaciones culturales,
etc. Una birria, una birria maravillosa. ¿Cómo os lo explicaría? Más o menos,
cada sala esta presidida por un rótulo que dice: “Al Infierno, en carro” “Al Infierno
en pareja” “Al Infierno en cuádriga”. En las urnas de cada clase, los relieves
nos ilustran con detalle, sobre las diversas maneras de irse al Infierno.
Es como si dijeran: “A la mierda en tren, a la mierda en barco, a la mierda en
moto...” Al final de la jornada, cuando contemplemos el espeluznante
descendimiento, comprenderemos todo esto. De momento, Pili, que me veía apretar
los dientes para contener la risa, pensó que eran urgentes unas nuevas dosis de
educación. Sthendal residió en este palacio, espero que eso te interese,
Jacques; y el conde Guarnachi, su anfitrión, le exhibió dos cuadros de
Riciarelli, un buen imitador de Miguel Ángel. Información que yo podría
completar, pero no lo hice, con algo que
no sale en la
Mondadori : el francés vino a Volterra en pos de su Jardinera,
cuyos hijos estudiaban aquí. La bella jardinera se encontraba en compañía del
poeta Ugo Fóscolo, hoy muy usado para citas citables en periódicos. De él se
dice que tenía dos. Dos de eso que los chicos normales tenemos uno solo. Dos.
De verdad. Así no hay quien compita, claro. Claro que ella firmaba sus escritos
Matilde Brunnaderm, que quiere decir, lo pondré en italiano Matilde acqua di polla.
Salimos a la calle Guarnachi y,
tienen razón las guías en que, la luz del sol, al cambiar de posición o por
efecto del polvo o quien sabe, hace que las casas cambien de colores. Es
verdad, pero ¡ojo!, son colores aburridos y repelentes: excrementos, vómito,
caldo de centolla. Los rótulos de las callejas laterales, que van soterradas en
parte, tienen puestos unos nombrecitos
que... ¡vaya nombrecitos!: vícolo de los estrangulados, vícolo de los
prisioneros, vícolo de los ahorcados. Extensiones terrosas, abultamientos del
suelo, grietas, podredumbre, nos ponen en antecedentes de la terrible digestión
que sufre esta ciudad. Moscas, estatuas mancas o decapitadas, inscripciones que
van siendo tragadas por la fuerza constrictora.
Ciertamente, en una época, la ciudad buscó la vida, intentó coger aire, se
rebeló bajo la llamada de un joven plebeyo de cabellos rizos, llamado Landini.
Pero también el sufrirá la deposición, esperad y veréis. Feria de los tartufos.
Las trufas son unas setas negras, que crecen al revés, hacia abajo. Salchichón
de trufa, perfume de trufa, miel de trufa, pasta de dientes de trufa... ¿te
quedas, nos quedamos? Ni de coña. Pues te acompaño. Que suerte tengo.
Museo Cívico. Me agradó ver la capacidad
combativa de Pilar. Regateó a muerte con el conserje, por los doce euros de la
entrada. Eso es mucho dinero, tío espagueti, porque a mi marido le interesa una
sola obra. Eso dijo. Como yo entiendo bien el italiano, cuando escuché cosas
como zoccola, sacco di merda, etc., intervine. Que el billete del museo
Etrusco, vale también para el Cívico y el Sacro, aquí lo pone. El de la gorrita
de plato, que ignoraba que lleváramos encima el billete múltiple, me dedicó un
vai a farti dare nel culo y creo que Pili estuvo de acuerdo. En el primer piso,
en una amplia habitación, estaba el objeto de mi interés: el fresco La
Justicia de Daniel Richarelli. Lo pintó en una de las
muchas ocasiones en que los volterranos, depusieron al comisario florentino.
Advertiré que las palabras deposición, hundimiento o abismamiento, tienen aquí
un significado muy, muy especial. Los florentinos, en represalia, además de
deposicionar a unos cuantos en el gran
estómago, obligaron a los volterranos a pintar un fresco de la Justicia , con una grande
y punitiva espada. Pobre Daniel, que papelón. Lo más curioso es que la Justicia tiene la misma
pinta que Scarlet Johanson, una rubia con un pectoral de bandera. Palabra. En
este momento tuve una visión y descubrí el truco de Stehndal. Voy a revelarlo a
mis amigos escritores, soy así de generoso. Os ruego que no os ni perdáis una
palabra.
Vargas Llosa dice que si Matilde
Viscontini le hubiera hecho caso a Sthendal, hubiera sido un desastre, porque
nos habríamos quedado sin la
Matilde de El rojo y el
negro. Gran verdad, asintamos, lo mejor es tener un amor frustrado. Si el
amor cuaja, acabará como dice Celine, (otro deposicionario famoso, que viajó
hasta el fondo de la noche): “Como uno se vuelve cada vez más feo y repugnante,
ya no se puede incluso disimular la pena en el momento del amor y se termina
por tener en el rostro esa sucia mueca que, desde los veinte, desde los treinta
y más adelante, hace subir por fin el vientre sobre el rostro”. ¿Y como se consigue
un amor frustrado, el que nos interesa a los escritores, el guay? Matilde
Viscontini era la mujer del mariscal Dembowsky,
famosa por sus ideas avanzadas, organizadora de salones, bella
jardinera. Es normal que no le hiciera ningún caso, al que ella veía como un
oscuro funcionario: Sthendal. Lo mismo que si tú te empeñas en conquistar a Scarlet:
lo más que puedes conseguir, es una patada en el culo, de un guardia de
seguridad. Fácil ¿verdad? Todo está en apuntar muy alto.
Palacio de los Priori, Señoría,
Duomo, Batisterio, Boticellis Caravagios... No os aburriré con esas estupideces,
iguales que las que podéis ver en Siena, Florencia, Pisa y tantos y tantos
sitios. Si tenéis mucho interés, compraros una postal. Lo único curioso de aquí,
es que en el palacio de la
Señoría existe un cerdito llamado el cerdito. Ah, bueno, se
me olvidaba, puedo contar otra cosa pintoresca. Cuando los demás concejales
depusieron desde los Priori al pobre Landini, o sea que lo tiraron por la
ventana, gritaron esto: “Viva la correcta administración de los negocios y la amistad
del pueblo florentino”. ¿Cómo se puede asesinar a nadie, gritando algo tan
largo? ¿No sería mejor un ¡Viva la muerte! o un ¡Dios lo quiere!? En fin, algo
de toda la vida.
Comimos pizza en el palacio Mafei.
Yo quería ver aquí unos frescos del Riciarelli, un triunfo romano, pero les
habían puesto encima fotos de Sofía Loren. Hoy la cosa va de tetas. A la hora
de pagar, gran mogollón. En Italia no usan caja registradora; hacen las cuentas
con papel y bolígrafo, porque aún no han inventado el IVA. Han constituido
un comité formado por Leonardo da Vinci,
Pirelli, Marconi y Pinocho, a ver si consiguen inventarlo. Por ahora, tardan un
siglo a la hora de il conto, y ya tenía de nuevo a Pilar enzarzada en mi
defensa. ¡Factura, factura! Sofía Loren se mondaba de risa. Pili, es una chica
muy corpulenta y viste una de esas camisas militares de camuflaje. Consiguió
ofender el honor nacional italiano con esas historias de una factura para desagravar y de nuevo volaron los ¡zoccola,
zoccola! Llegó a verter unas lágrimas redondas y deslizantes, muy parecidas a
las auténticas. Por mi parte, ideas peregrinas que tengo, estaba pensando que
Sthendal tiene que haber deposicionado a Matilde. Cuando una mujer llega a un
punto que...
Inventario de deposiciones
vespertinas: 1) Deposición del duomo: Es una obra ingenua del S XIII. A Cristo
le sacan los clavos y cae. Sin embargo el conjunto tiene una fuerza tétrica y
fría que hace que no le puedas sostener
la mirada mucho tiempo. 2) Deposición del Rosso Fiorentino:¡Esta si que es una
locura manierista! Verlo es quedar impactado. Son como muñecos de Disney locos,
exasperados que chillan y saltan por todas partes. O saltimbanquis de rostros
agudos, tan personales como los del Greco. Colores brutales, rojos
provocativos. El Cristo que se derrumba es una mera disculpa para poner en
marcha una maquina infernal y demente. No se me quitó de la cabeza. ¿Quién
puede haber sido la persona que concibió algo semejante? Pues bien, el tal
Rosso no decepciona. Presente en el Saco di Roma, ficha por la Sainte Chapelle de París, se
suicida...
Había llegado la hora, la correcta,
la de la puesta del sol. Me sentía extraordinariamente excitado porque al fin
iba a estar frente a la verdad de Volterra: los Balze. Pilar hizo un último
intento de que volviéramos a la feria del tartufo: había olvidado comprar barra
de labios con sabor a trufa. Algo debió ver en mi rostro, que no insistió. La
verdad, estaba tan eléctrico como un personaje de Rosso Fiorentino. Hasta mi
respiración estaba agitada por un vivo temblor. Había completado mi información
sobre los Balze en una librería al estilo volterrano: a un lado de la calle, los
libros; al otro el librero. Pero cuando sabes las cosas que pasan en este
pueblo, ni se te ocurre mangar nada. Sigues por la calleja del borgo San Justo,
dejas a la izquierda el cementerio medieval y estas en los Balze (barrancos).
La ciudad se hunde a trozos, se abisma. El espectáculo es inolvidable, fruto de
los hundimientos de bloques del plioceno. La antigua ciudad etrusca, cien veces
mayor que la actual, aparece y desaparece en el fondo de una profunda sima.
Clavas la vista en el fondo. Una necrópolis vilanoviana, murallas, templos,
iglesias, palacios, cementerios, por aquí, por allá, un día se hunde una cosa,
otro día otra. Es tal la sensación de espanto y grandeza que cuesta trabajo no
suicidarse, como hace un tropel de gente, todos los años. Lo próximo que está
en el disparadero es la abadía Camaldula, del año mil, con un bello claustro de
Ammannati. La mitad de sus cimientos ya están en el aire y esta, no puedo dejar
de pensarlo, no seria la peor forma de irse. A la mierda en tren, a la mierda
en moto, a la mierda en barco. El gran estómago cambia de colores, bajo el
fondo azul rosado del cielo y un pánico excitante te sobrecoge, hasta el punto
de que es casi imposible decir nada.
Esto último que
he dicho, no se aplica a Pilar.
-Vamos a quedarnos quietos, Jacques
¡Es que vamos a quedarnos quietos! ¿No ves lo que ha hecho el Cambio Climático?
-No, no.... ¿qué?
Como la abadía Camaldula ya está en
plano más bajo mientras se coloca para su definitiva deposición, a Pilar (que se
había acercado a los muros, muy valiente ella), la veía por partes.
-¿Vas a quedarte quieto? ¡No ves
esas genistas resecas! Pero ¡que hacen, que hacen los gobiernos!
Bandadas de conejos, de ratas, de
grajos, abandonaban la abadía o eso me pareció. El inspector de los Balze nos
gritó desde lejos ¡se van a caer! Ruido como de un volquete descargando arena.
-¡Donde están las mentes
progresistas de este mundo! ¡Nos basta leer lo del Cambio Climático en los
periódicos! –sólo se le veía un brazo y un hombro, moviéndose espasmódicamente.
¡Dame una mano, Jacques, mierda! ¿Qué hostias estás pensando?
Estoy pensando: al Infierno en
abadía.
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