miércoles, 25 de febrero de 2015

ETERNO SEPTIEMBRE



Prefacio                  

Este manuscrito, lo diré de mano, es falso. Se trata casi con seguridad de una falacia más de la propaganda neoconservadora, como el pavo de plástico que el Presidente Bush compartió sus soldados de Iraq el día de acción de gracias del 2003, o el arriesgado rescate en tierra enemiga de la soldado Jessica Lynch... ¡de las blancas tibias sábanas de un aceptable hospital! El bloc de notas forma parte de los objetos que expondrá el Memorial a las víctimas del 11 de septiembre que se prepara en un centro de negocios inmediato a las ex-Torres, muy visible porque no hace un mes que lo han recubierto de una cúpula en verde fosforito. En general, aquella quincallería sensiblera, hasta hoy solo accesible a la prensa, nos causó a los chicos una lastimosa impresión ¡que más frustrante para el que se acerca a compartir una plegaria en la Zona Cero, que la contemplación de aquellas almohadillas de terciopelo rojo con chamuscados en forma de corazón!
            Lo único notable resultó ser que un funcionario del Departamento de Estado, con secretas pasiones literarias, se molestara en requemar con su mechero aquel manuscrito apócrifo. Tal vez debiera autorizarse de nuevo el fumar en las oficinas públicas; sería un empeño más noble para un encendedor Ronson. Este reportero creía haberlo visto todo ¡pero que para justificar la ineptitud de la CIA se tenga que recurrir a un trasmigrante! Un romano del año 13, Caius Vetulius cazado como un conejo por los Germanos en la masacre del bosque de Teotoburgo. De repente, ¡abracadabra!, ya no es un romano sino un nazi llamado Klaus Von Spaun que sufre su particular Crepúsculo de los Dioses en la batalla de Estalingrado. La guinda al estilo American Way la pone un tal Clay quien, al parecer, tuvo la paciencia de escribir esto mientras a su alrededor se desencadenaba el Apocalipsis de las Twin Towers. Patético sería este trío Caius-Klaus-Clay (atención a la negrita y negrita cursiva) si no encubriera algo monstruoso. El manuscrito, sobre  un sencillo bloc con cuadrícula, será accesible al gran público desde el 2026. Vladimir Suilutev, el que suscribe, se lo ofrece a sus lectores de la segunda del Post desde ya. Lean, no se arrepentirán.

Isagoge

            Todas las cosas retornan eternamente y nosotros mismos retornamos con ellas; nosotros hemos sido ya una infinidad de veces y todas las cosas han sido con nosotros. Las almas son tan mortales como los cuerpos. Pero retornará un día la red de las causas en las que estoy engarzado... ¡ y tornará a crearme! Yo mismo formo parte de las causas del eternal retorno de las cosas. Retornaré con este sol, con esta tierra, con este águila... no para una vida nueva, ni para una vida mejor o parecida. Retornaré eternamente para esta misma vida, idénticamente igual en lo grande y también en lo pequeño. ASÍ HABLABA ZARATUSTRA (NIETZSCHE).



            Ocurrió en Septiembre, cuatro días antes de los Idus de ese mes, el Séptimus, corrido en el calendario dos veces para celebrar a los divos Julio Cesar (Julio) y Octavio Augusto (Agosto). Mas a pesar de haber suplantado a novenus (noviembre), mantuvo su sino aciago ligado al número VII: aquel de ser el mes en que se cumplió, cumple y cumplirá el destino fatal de Caius Vetulius.
También ese corrimiento mensual forma parte de las causas que forjaron mi destino: al alejar a Séptimus de los tibios meses veraniegos lo hundió en las ciénagas que engendran las tormentas con que se manifiesta el comienzo del otoño en las lóbregas selvas de la Germania Hiperbórea.
            La fiebre, una calentura insana hecha de mil picadas de animálculos ponzoñosos me sume en el delirio; mi cuerpo vaciado por los esfínteres sigue la inmensa retirada de las cohortes por las selvas de Germania. Tan solo porque lo impulsa  el atávico instinto de huir que tiene la pieza, para hacerse digna de su cazador. Arminio, el Querusco, nos ha tendido una celada en los fragores de la espesura fangosa. ¡Tres legiones encerradas! ¡Rocas y árboles abatidos desfiguran los senderos hasta enloquecer a los veteranos que es obstinan en maniobrar  a tientas en medio de la nada! Chapotear entre hediondas matas aguanosas; cerrarse el cielo por una cúpula de cedros atávicos; iniciarse la noche infinita; huir en círculos, morir... Se habla incluso que han caído ya las Águilas de la gloriosa Legio XVIIª Británica. Solo la traición pudo abatir su vuelo orgulloso. Si, ese mismo Arminio que antaño sirvió a Roma como tribuno de las tropas de apoyo, nos ha vuelto la cara ¡y encima insolente se permite envolvernos a la Romana.



            Ejerce la suprema magistratura sobre nosotros Quintilio Varo, un jefe de una bravura digna de Aquiles, casi un semidiós o un héroe. Yo Caius (Publius) Vetulius le busqué, ambicioné servir a sus Águilas temerarias a pesar que mi familia los Vetii -de un patriciado más antiguo que la suya-, no dejo de ofrecerme como alternativa prósperos y pacíficos gobiernos orientales sea en la Bitinia sea en la Arabia Pétrea. Hubiera vuelto escoltado por carros tan colmados de oro que precisarían ejes de metal; en mi equipaje se amontonarían ungüentos de raras fragancias por siclos enteros; preciosos vasos de Fayenza en cantidad tal que bastaría a adornar mi mesa y la de la innumerable gens Vetia. Y sin embargo elegí las Águilas inciertas del gobernador de Germanía Quintilio Varo, el impulsivo Marte alado que por seguir a las bandadas de los germanos, se adentró en los pestilentes  bosques otoñales que flanquean el río Harz, tras abandonar a la retaguardia, a la infantería de apoyo, a los carros de suministros, todo, todo  por cazar más y más esclavos. Y esclavas de cabellera tan rubia que casi argéntea, tendida hasta la cintura, como las que se venden en los pórticos del templo de Marte Ultor,  por no menos de cinco ases la unidad.



 La eternal rueda del destino giró: pronto empezó a diluviar sobre los bosques; la maniobra de “legiones por centurias”  naufragaba en el lodo. Las ramas de árboles centenarios formaban un techo al sol cuya noche perpetua solo se abría para arrojarnos un diluvio de fétido cieno, enfermedad y mosquitos de las calenturas. Rascar hasta hacer sangre. En la maraña de malezas del suelo sin caminos, ninguna centuria era capaz de divisar a la que la flanqueaba; la maniobra legionaria se trocó en pesadilla, palpándose unos a otros entre el éter. (El  bosque de hormigones calcinados de Estalingrado encalló a los Panzer). Las mojadas cuerdas de los arcos, hechas de tendones de jóvenes bueyes, aflojaron; las manos de los arqueros, más que estirarlas, acariciaban aquellas inanes correas. Aquellos escudos reglamentarios, triplicado su peso al mojarse el cuero ya ni un Hércules podría levantarlos. Más cruel aún; el Querusco, el bárbaro Arminio, copió nuestras táctica (que el aprendiera bajo una alevosa formación en nuestras tropas auxiliares): el copo de caballería por las alas; la formación en tortuga para defender la lluvia de férreos pilum que los veteranos legionarios se esforzaban aún en hacer recaer sobre la germánica hueste. Aquellos buenos legionarios morían chapoteando entre un tufo aguanoso, más cruel que si tuvieran los ojos vendados. ¡Y sin embargo morían gritando alabanzas a la Diosa Fortuna Legionaria, por su clemencia!
 Luego llegó la febrícula mientras entre los claros de los bosques a veces atisbabas el sacrificio de algún camarada legionario, quemado vivo, ofrecidas sus vísceras a Tor, a Odín, desperdigados sus huesos por la floresta para pasto de lobos a quienes estos bárbaros germanos adoran. Los Tribunos y los Centuriones eran fijados a árboles sagrados con un grueso clavo en el cráneo. Y sin embargo, alababan a Fortuna Legionaria, juzgándose preferidos a los que quedaban con vida para chapotear un poco más aún en la húmeda tiniebla fosca del bosque de Teotoburgo.



            Varo ¡¡¡Legiones Redde!!! Varo, devuelve las legiones que has sumido en la Selva Germánica… decía la última, desesperada carta, recibida del imperator, Cayo Octavio, conocido por el Augusto. Tarde comprendió que los héroes se hacen dignos del Olimpo cuando mueren en una loca carga de caballería, pero ofenden a Marte cuando suplantan el reflexivo oficio del estratega. Ahora, cuatro días antes de los Idus de Septiembre, solo me queda morir. Los utilleros de la XVIIIª andan divulgando por ahí que se les ha reaparecido la giganta caridoliente, entre el falso crepúsculo de la espesura. Sus ojos parecían arrasados en lágrimas; sus pies no tocaban el suelo.
            No estaba de los Manes tutelares de los Vetii concederme una vida cómoda, un trono de oro, vasos finos y placeres. No. Mi psiqué estaba destinada a Varo, el héroe, porque un desasosiego interno me consumía, sin que alcanzasen a aliviarlo ni mi honestísima mujer Escribonia, ni mis hijos, tantos que pierdo la cuenta. ¡Caius que más puedes pedirle a Fortuna! me gritaban mis libertos en el Foro Holitorio. ¡Tu que hasta tienes un esclavo griego dramaturgo! Pero algo, una polilla, una crisálida, un insecto... me corroía//como ahora la febrícula enfermiza entre estas nieblas germánicas. La niebla y las infecciones del pantano me asfixian como volverán a hacerlo, al retornar las circunstancias que me engendraron, las nubes de cordita y vaho del Volga, allá en la planicie de Estalingrado. Pero eso no será hasta el 22 de este malhadado mes, Septiembre, de 1.942...
            Delirio pregunta ¿qué te impulsó a arrojarte entre los brazos de la riesgosa fortuna de Quintilio Varo? Tiritona y Calentura aventuraran ¿tal vez la desdicha conyugal? Paludismo responde, respondió y responderá:
No. Es cierto que ignoro el nombre del bravo que le hace los hijos a mi Escribonia (un remedo de la estatua de Ceres que corona las Oficinas de la Annona, la fea, la de calcita marrón), pero no me importa, porque cuando el deseo aprieta es fácil rematar en los pórticos que enmarcan al templo de Marte Ultor un juego de Circasianas en colores combinados de piel y cabellera. Y mientras gira la rueda de la Feliz Fortuna: cada año un nuevo Vetulito, cada año un nuevo refajo en el telar de lino de Escribonia. La respetable esposa de Caius Vetulius, prefecto de mercados de la verdulería, por mejor nombre Foro Holitorio. Cuyo corazón arde en una llama viva y secreta. De cuyas entrañas se alimenta la crisálida de un animálculo repugnante: la clarividencia de sus eternos renacimientos.
Marasmo y Consunción, simplificaran la cuestión: Ah, Caius no ama a Escribonia ¡en realidad no ama a nadie! porque esta obcecado con el recuerdo de su madre ¡Por eso se arroja a los peligros ciegos! Escalofrío y Fiebre dibujaran a mi madre acompañándome al Madison Square en mi primera cita con Thelma, la gordita miope de quinto del Superior de Brooklyn con la que me casaré, me casaré y me casaré; dibujan a mama esperándome en la ribera con la toalla de cerditos mientras me sumerjo con  las Hitlerjugend en las heladas aguas del canal del Spree; la pintan prohibiéndome ejercitarme a la jabalina en el Campo de Marte con los vástagos de las familias senatoriales. ¡Inicua, condenada odiosa presciencia que pintaste, pintas y pintaras a mi mamá en todos los tiempos, en cualesquiera lugares y épocas regalándome fresas en la mía con tu propia boquita, la tuya, como un  niño mimado, una mascota o un bibelot...!
Aturdimiento no lo ve claro. No en realidad no es así. En realidad este actor, esta Persona (Persona: máscara usada en el teatro para ahuecar y lanzar la voz) no actúa para su madre excesiva en esta Escena de la vida. Es a otros ante quienes quiere mostrar Caius su valor, su generosidad, su heroísmo. Y así una vez tras otra, siempre. Ved como se corta los dedos con su cuchillo de monte y agranata los cubos de hielo con los que las Hitlerjugend, recién salidas del canal del Spree, construyen un iglú. Así se forja el superhombre del mañana.
Los Germanos mugen en la tenebrosa espesura como minotauros sedientos de sangre; el agua corre entre senderos excavados en la creta, convirtiéndolos en torrentes; los más flojos se dejan arrastrar por el agua, juzgando más piadoso a Neptuno que a Arminio. Se corre por entre la encenagada y desvencijada hueste romana que unas nuevas Águilas han sido abatidas: ahora se trata la Legio XVIIIª Siríaca. Ya solo vuela la XVIª Pártica y pronto...



El Querusco en una maniobra perfecta, digna del gran Cayo Julio, ha copado primero y dividido después a tres legiones, que apenas alcanzan a reunirse en grupos de docenas al amparo de algún piadoso claro del bosque. Los bárbaros, tal que aquellas alimañas que succionan los jugos de tu cuerpo como la tenia, la sanguijuela o el verme, se han empapado de la táctica romana y nos la devuelven envuelta en sangre y vergüenza, barro y fiebre. Estos malditos soviets usan los antiaéreos en horizontal como nosotros; apuntan el cañón de 88 sobre objetivos terrestres para imitar lo que la Wehrmacht han descubierto: su formidable poder de penetración sin necesidad de remontarse a las alturas donde los aeroplanos; estos homínidos de ínfimo valor racial destrozan una Panzerdivisionen tras otra. La cordita forma un velo azul irrespirable; una calígine que al mezclarse con los vahos del Volga sofoca a los nuestros que sobreviven en islas entre las ruinas. El día que el mal parásita a la sagacidad (atributo del bien), el final se acerca.
 Pero aún el gaudium, la corta espada reglamentaria del legionario, pende firmemente del tahalí. El inicuo bárbaro no tendrá mi cuerpo; caeré como un bravo; no berrearé mientras me desollan en un brasero como esos campesinos capuanos cuyos chillidos, entrecortados por el vendaval, llegan de la espesura. Uno de sus Druidas se llena la boca de sangre con un corazón tiznado por el humazo; pero yo no suplicaré. No.
            No, no me arrepiento de haber seguido a Quintilio Varo: era mi destino. Lo hice, a pesar de que jamás se me escapo el aciago sentido de los múltiples presagios funestos, por ser propia de mi carácter la más alta aruspicia. ¿Cómo explicar si no, que los altares de campaña se cubrieran  de panales de abejas? Ni siquiera me asuste –como sí Quintilio- cuando una dama gigantesca del color cerúleo de los muertos, saliendo de la espesura del bosque de Teotoburgo, se dirigió así a nuestro gobernador  “Varo, Varo, ya es terminado el tiempo de tus hazañas”. Luego la descomunal mujerona volvió el rostro. Pero ya han visto de nuevo a la dama titánica unos utilleros de la XVIIIª y yo aún no he cumplido mi destino. (El 11 de septiembre la Haitiana pigmea Nana La Pisseuse, en los aseos de la estación del metro en World Trade, en vez de agradecer  mi niquel, me puso la higa. Yo estampe la puntera de mis Estefanelli en su gordo tobillo). Nefasto presagio, nefasto como la piedra negra sita a la entrada del Foro de Cesar, el lugar de los crímenes sagrados. Nefasto...
            ...como los idus de marzo, aquel día de hace muchos años en que mi padre, Lucius, me ofendió haciéndome azotar por el lictor delante de toda la gens Vetia, en ocasión del banquete funerario por nuestro glorioso antepasado Fabio Vetulius el Mauritánico. Yo aún tanteaba con la lengua sobre el paladar las hebras de los higos del luto, cuando mi padre ordenó alzar mi toga viril y golpear tres veces con los fasces. ¡Justo castigo por mi desobediencia! Mi madre Julia había mimado tanto a su único hijo, yo, que lo afeminó irreparablemente, aún me avergüenza de reconocer que me depilaba con pinzas. Mi padre, por ver de convertirme en un auténtico romano me prohibió visitarla cuando entró en agonía por unas fiebres cuartanas; yo, como un blando efebo, no pude impedir arrodillarme ante su lecho para besar su frente por última vez. La humillación fue adecuada a la falta; el castigo la mera justicia que un paterfamilias tiene...
...el deber inexorable de ejercer. Pero ¡como quemaba la tremenda, pública azotaina aquellas navidades de 1939 en presencia de todos los Von Spaun! Hasta el viejo Junker del abuelo sonrió a la expeditiva justicia de  mi padre, tras cruzarme las nalgas con la regleta de un metro de medir: Un Claus Von Spaun no puede matricularse en lenguas orientales en Tübinga. Todo lo más la Kiergsmarine, en Heligoland. Un marino es un asco pero es un hombre.
(Ah, comprende al fin Delirio: elegirás tu mismo la tragedia que vas a escenificar en el Coliseo de la vida: serás un guerrero homérico; un héroe de quién se enorgullecerá tu gente, tu padre, tus ancestros, tu prole...)
            Quise corregirme; elegí mandar el carro de cabeza de una Panzerdivisionem. ¡Que júbilo entusiasmado nos embargaba al cabalgar en nuestras maquinas aquellas estepas de Ucrania! ¡Hasta mil se rendían a uno solo de los nuestros! Más de una vez no aceptabas su rendición y ante su estupor los reexpedías de vuelta con los suyos. ¡Que importaba si nosotros éramos el superhombre! Otras, para despejar los caminos de aquella masa animalizada se hacia preciso ordenar a un sargento que los arrodillara tras una ametralladora. (Pero mi corazón nunca perdió la ternura: recuerdo una Fiesta Germánica, la que sustituyó a la navidad de cuando los infrahumanos. El nieto del cervecero Maring, en la Kudamm, le suplicaba una y otra vez un par de pfennings; se había emperrado en un monigote de un puesto de feria, tan vano, que su abuelo lo rechazaba con enfado. En día tan señalado, la Fiesta Germánica, Maring hubiera sufragado a su nieto cualquier chuchería útil, como un bastón de caramelo. Yo, desde mi velador, en donde algo achispado soplaba una buena jarra de Baviera de las de 8º, fui incapaz de no deslizar una moneda a escondidas en su pantaloncito corto de pana.)



            Yo Claus Von Spaun siempre en el carro de cabeza, a nuestro bello estilo prusiano, por el honor. Pero las hermosas carreras de tanques por el campo abierto, disparando como los cruceros de línea por babor y por estribor se atascaron entre los escombros de Estalingrado; lo mismo, lo mismo que mi mente, embotada por la disentería. Los subhumanos marxistas usaban los antiaéreos con la misma táctica de la Wehrsmacht. Ahora no puedo menos que pensar en la Lugger de cachas nacaradas que mi abuelo me ha obsequiado en desagravio. ¡Si, si elegí a Von Paulus porque estaba loco, porque se internaba sin esperar por nadie en la selva rusa! ¡Que rabien, que rabien los Von  Spaun que se rieron del mariquita Claus, que Claus es del dios de la guerra, el rayo de la muerte el...!
Disentería. Hemorragias. Colitis. Los mosquitos del Volga. Y estas ratas de marxistas disparando con el cañón a cero. Inimaginable morir de mano de esos perros. ¡Si al menos la cordita y el vaho me dejaran respirar! Septiembre, mes nefasto, ojalá te arrancaran; ni desplazándote un par de veces por el calendario aflojas tus dedos de mi cuello; hace un año tal día como hoy, un 22 de septiembre empezaron nuestros problemas frente a Moscú...
¡Soy un Vetiii, un guerrero invencible como mis antepasados! ¡Ahora llevareis con honor mi imago en mármol en las procesiones funerarias, las más largas de Roma de tantos héroes que hemos dado a la patria! Padre escúchame desde esta selva del dolor, Padre que ni el escudo puedo sostener que de puro empapado se han difuminado los rayos de los Vettii que un día pintara la casta Escribonia. La más honesta de Roma.



¡Y tanto! Aún refugiado en esta caverna disputada a una alimaña en el bosque de Teotoburgo, cayéndoseme al suelo los ojos por la febrícula te odio Escribonia. Por tu bondad, por tu fidelidad, por tu laboriosidad; por tu perfección, por tu honestidad, por tu modestia; por tu virtud, por tu humildad, por no gustarte las codornices, porque solo con verte se encona la herida que aguza en mi alma, la larva que roe el tejido de mis entrañas…
Repudie a la honrada ¡la mejor de las esposas! el mismo día que conocí a Faustina, una diosa de piel gris ceniza que ya había dado cuenta de cuatro maridos. Pero su palabra era magia que calmaba mi ansia, ya he dicho que no se trataba de entrepierna. Pero la caída de sus ojos de ébano... Ella empenachó mi cimera y me incitó a dejar mi nombre inscrito en los anales que celebran las gestas de Roma. De sus labios, infrecuentes de puro desmesurados, pero fuente de la que manaba agua viva, escuché está máxima en la que creí:
—Un hombre que no quiera vivir su aventura ya está muerto.
Corrí enfervorecido tras los estandartes de un jefe prestigioso y loco; según las tradiciones de los SS sellé con sangre mi juramento personal con el Mariscal Von Paulus:
—Sieg Heil!
Paulus lanzaba una Panzerdivisionem tras otra a la profundidad de la infinita estepa rusa y lo que es mejor, yo le comprendí y le seguí con gusto, furia y rabia. Que los carros de combate, a 60 km por hora dejan atrás a los infantes, los rudos Volksgrenadieren de apoyo... ¡Magnífico! ¡Corramos aún mas, como el viento, hundamos en lo profundo de sus pantanos a esos semianimales marxistas! Recuerdo lo mucho que nos reíamos de los desesperados esfuerzos de nuestros Volksergrenadierem del 6º ejército por alcanzarnos ¡Adiós caracolitos, os esperamos en Moscú! ¡Aún quedará alguna negra cocinera coja que puedan violar las tortugas de la infantería!
Paludismo, tiritona, otoño y fiebres cambiaron el tiempo. El paisaje se volvió la luna: polvo y escombros grises. Yo tanteaba cada día mi Lugger de cachas nacaradas. Berta, mi grasienta esposa cerdita lloraría porque es lo correcto. Pero Brígida ex Von Palach, la condesa húngara por quien la dejé, presumiría de por vida de su héroe ascendido a las estrellas en las estepas de Estalingrado. Las estrellas mientras mis esfínteres se vaciaban una y otra vez por la disentería. Pero era mi destino.
Un sacrificio conscientemente aceptado. Cuando se rompió la bolsa de Rostov y nos lanzamos alegremente, sin reservas cara a la estepa yo vi el rostro de la muerte en una vieja sin brazos ni piernas, mera carcasa apoyada contra  un tocón de cualquier forma, que osó salivar al mariscal a quien divertía. ¡Maldito y mil veces mi don de la presciencia, porque yo, porque a mí se muestra el rostro del sino fatal! Ya una dama ensombreciera mi alma en el bosque de Teotoburgo: ¡Varo, legiones redde! ¡Varo devuelve las legiones! Ya una adivinadora persa me permitió evocar mi esplendor y caída, en las espirales de un trozo de hielo de los Montes Sabinos, de los que se venden en el Foro Holitorio. (Allí no solo comercian las verduleras). Un carámbano helado que cuelga de la carretas es la espada: las cargas a hierro desnudo en los arenales de Siria tras Varo: victoria, botín y muerte a los enemigos de Roma. Pero una escarcha interior que adivinas en el centro del  bloque es la dama de descomunal apariencia que mora en los bosques de la Germania Hiperborea. Morir como un héroe.
No.
No soy un bravo. Los legionarios, campesinos de Apulia o de Liguria, se hacen matar por Roma sobre el terreno, cubiertos de sangre que mana de millares de heridas de las que ya no les defienden los empapados escudos. Ellos son bravos, ellos son héroes. Yo miro mi espada, ajusto su pomo al viejo tocón de un haya, desnudo de la coraza el pecho sobre ella y...
      De todas formas Brígida Von Palach compondrá un relato elegante con la fragmentación de mi cerebro bajo el tiro de la Lugger. Se trata de una mujer sofisticada que recuerda a la Nefertiti de Isselmuseum, tiene relatos publicados en el Völkischer Beobachter. ¡Morir a manos de estos monos soviéticos jamás! Ellos los campesinos de Westaflia, del Schlewing pueden arriesgarse a morir en sus pozos de tirador, reventados por los antiaéreos que los rojos usan con el alza a cero, en su imitación  simiesca de nuestra táctica. Pero jamás, jamás un oficial, un Junker podrá arriesgarse a...
Brígida compondrá un relato pero casarse con Brigitte fue una bella locura; la misma que dejar Brooklyn por Long Island.  Con Telma, la miope, componía la perfecta familia americana, el American way of Brooklyn, pero una francesa sofisticada como Brigitte desató algo que estaba enredado en lo profundo de mi alma. Una necesidad de cambio, de apagar el fuego con agua viva.
La compañía Helicópteros Alción Inc no progresaría con un despachito en un edificio neocolonial a dos pasos del Museo de Brooklyn. Debo reconocer que tenía razón y si hoy cubrimos todo el Próximo Oriente y competimos con  los franceses en Somalía, es gracias a Brigitte.  Ella hizo de mí un capitán de industria; el mundo puede ver los dos mil metros de despacho de helicópteros Alción en la Torre 1 del World Trade. Ella recibe a estos orondos jeques con sus turbantes; creo que cada vez que le tocan el culo mientras les muestra el East, allá, muy abajo, suma un millón de dólares ¡y eso me excita! Desde luego estos Emires del golfo encuentran preferible la retaguardia de Brigitte al regalito promocional: un cubo de vidrio blindado con un reloj dentro (que por un error de cálculo pesa una docena de libras o más lo que provoca que los invitados, agotados, terminen soltándoselo sobre un pié). Cada vez que cae el cubo es una aeronave menos. ¡Otra fantástica idea de Rudy!.... A estos monos muslines lo mejor es colocarles rascacielos pret a porter como hace la empresa del piso 96º, justo abajo: Geochampions. Rascacielos, si, pero de cartón piedra: no tienen estructura metálica sino una malla interior que priva a los trabajadores de grandes ventanas pero... ¿qué mejor propaganda que venderlos en las torres que están construidas con el mismo sistema? Espero que Brigitte no se pase a la competencia.
Decía que Brigitte es mi maravilloso, maravilloso amor; la Venus que ha extraído de mí toda la fuerza de un carácter heroico. Al diablo el American Way (= Thelma + dos hijos sembrados de granos + una cabaña en el lago Potutac). Es más conforme a mi naturaleza seguir el vértigo de un líder, K. F. Alción, comprar a las empresas de la competencia sin poner un dólar, dejarlas caer. Si, sientes el aire en los flancos mientras cabalgas...
 Brigitte fue el bálsamo que alivió la herida, la llaga que hervía de mucho, mucho antes, las palizas de mi padre, por amar a mi madre, aquella horrenda escena en público por asistir con ella, ya enferma, al teatrillo de fin de curso en el College. Me colgó delante de todos por el cinturón y. Yo tenía diecisiete y. Y siempre me azotan. Aquel hombre era es y será un viejo General de una estrella, al estilo de los antiguo Majors, de esos que creían que hacer grande América es sumergir las manos en barriles de sangre de alemanes y japoneses. Dos guerras grandes y otras de entretiempo forjaron aquellos temperamentos.
Con los años el rencor ha cedido; debo reconocer que de alguna forma el trato paterno me virilizó. Reconozco que supo como hacer aflorar en mí esta fuerza ardiente que me impulsa a arrojarme a los lances de riesgo, allí donde en verdad, en verdad te espera la fortuna y el amor. Yo si combato por la grandeza de Dios en el nuevo mundo, el mundo global.
            Todo sería perfecto... de no ser por la presciencia.
      Esa aterradora circunstancia de mi individualidad que me permite reconocer los ciclos y ciclos de la eternal repetición de mi vida. ¿Cómo puede ser cierto que hoy soñara que para siempre fueron borradas la XVIª, la XVIIª y la XVIIIª de la numeración de las legiones? ¿Qué el fhürer suprimió al 6º ejército de los estadillos? ¿Quién iba a querer tachar del cielo a las Twin Towers? ¿Cómo puedo creerlo, como puedo dudarlo? ¡Tantas veces ha explotado mi cráneo como una calabaza roja mientras la Lugger se dirige bajando al barro, donde indefectiblemente la encontrará uno de esos monos marxistas que nos copian! Tantas, tantas, se desliza filoso el gaudium por entre dos costillas y toca frío el velo exterior del corazón! Y mientras el yelmo de Caius Vetulius, encimerado con crines de centauros, se encamina al lodazal donde sin remedio... 
Hoy en la estación del metro exclusiva de las Torres Gemelas sentí el olor de la muerte, de mi muerte. Olor de barro, de cordita y de sudor apanicado; así olía la Selva de Teotoburgo, 4 días antes de los Idus de Septiembre. Así, así, el paisaje marciano que encierra la curva del Volga en Estalingrado, el 22 de septiembre. De nuevo el mes “Nefas”, Septiembre y eran las 8 horas y era el onceno día y era New York. ¿No surgirá un nuevo divo imperator que te empuje, oh Septiembre, fuera de los limes del calendario?
Pero no debo ablandarme de nuevo como un  niño mimado; debo aceptar mi destino como ser. Porque la fatalidad que me anuncia la negra Nana Pisseuse no es ni más ni menos que mi yo; otro hado no sería el mío, ya no sería este yo. Esta noche un impulso enigmático me hizo repasar los diarios de Lev Tolstoi: “... iba en un ómnibus tirado por caballos, miraba las casas, los rótulos, las tiendas, a los cocheros, a la gente que pasaba en coche o a pié y de pronto comprendí con absoluta claridad que todo este mundo, incluyendo mi vida en él, no es más que una de las innumerables posibilidades de otros mundos y de otras vidas”. “Si huyes de las condiciones de esta vida, si te matas, de nuevo te serán propuestas las mismas condiciones ¡No hay donde huir!”.
Tú eres esa, esa posibilidad. Por eso eres tú y no otro.
      8.45 a.m.-Han estrellado un Boeing contra la Torre 2. No es la primera vez; ya atentaron hace meses con un camión de trilita; son ellos, seguro, los islamitas. Los esperaba. Ellos que no serían capaces ni de construir una carreta bien compensada se apropian de nuestra tecnología pasivamente, como meros usuarios, como aurigas estampando un reactor. Un jet, algo que estos primitivos ni en otros quince siglos alcanzarían a diseñar... ¡nos lo devuelven!
 Brigitte ha bajado; es posible que terminen acumulándose cenizas en los Halls y puedan estropear su traje Tailleur en tono crenme brulée de Salvatore Ferragamo. Yo y los nuestros no vamos a ceder a un pánico estúpido; de hecho la gerente de las Torres desaconseja evacuar. Tal vez este estado de exaltación permita cruzar un buen par de operaciones con las Monarquías del golfo...
9.05 a.m. .-Aburrida, monótona y triste, otra nave que yo esperaba ha segado la Torre 1 bajo nuestros pies. ¡No morir por sus manos!
Tufo de hidrocarburos; hedentina de desagües reventados... y luego el dolor físico de abrasarse en vida sin anestesia. Ellos han olvidado ya la ruina de sus trajes de marca, han dejado atrás la ridícula queja llorosa por su extraña némesis. Ellos ya solo atienden, abstraídos a los manejos de Rudy...
Rudy ha conseguido quebrar la luna con uno de nuestros relojes promocionales de cristal blindado. Luego ha saltado un segundo después que el otro subdirector. Aquí, en el piso 97º, los gases de la combustión del queroseno van formando una niebla azulenca, que poco a poco va embotando mi razonamiento. Lo cierto es que ya no se si lo que escribo desde hace una hora es producto de alguna suerte de estado narcótico. ¡Que risa, y Rudy que lloró antes de despegar porque pensaba que lo que yo escribía era la despedida a mi cerdita Thelma y a mis lechoncitos granujientos!
Lechoncitos berreantes. No, no es eso lo que entrecorta el crepitar de los gases de hidrocarburo, sino chillidos provenientes de la planta inferior, donde ya impera la parrilla. Son los jóvenes ejecutivos, casi todos gays, de “Geochampions”. Gritos que arrancan con horror y terminan con una queja, una imprecación a los cielos. ¿Por qué yo, porque a mí?... ¡Insensatas! No existe tal “porque”; simplemente que vosotras sois esos yos a los que corresponden terminar asadas en la barbacoa de la Torre 1. Sois esa posibilidad en el infinito y no otra; esa tan extraña que enlaza un día de rutina (desayunaste Kelloggs Special Classic-99% libre de grasa) con  el crepitar de tu cuerpo en el queroseno de un Boeing que ha rebuscado tu oficina. ¿Cuantos milimillones de años luz se precisarán para que se repita una posibilidad tan insólita? ¡En el fondo sois afortunadas, nenazas de Geochampions!
No hay salvación.
¿No? Acaso... el amor. ¿No es cierto que alguien dijo que el amor os hará libres? ¿Has amado tú, Caius-claus-Clay?
Dejemos lo de mi madre, en realidad la odiaba. Esta dicho. Pero recuerdo un niño de moco tendido y plantarse imperioso, un gamberrete. Eran las Saturnalia, ya eran cónsules Quinto Sulpicio Camerino y Cayo Popeo Sabino; el impúber entraba y salía del thermopollium de Josefo, donde yo apuraba una jarra de áspero vino de Falerno.
¡Abuelo, dame un sextilis! imprecaba con una urgencia similar a estos gays de Geochampions entre el queroseno. ¿Para que quieres un sextilis, Lucio? –al infante se le había antojado un monigote en aspa, que vendía un egipcio en su puesto del Foro de Pompeyo--. No, respondía calmosamente el abuelo, en el Café Bella, según se cruza la 71 st. con la 18 av. de Brooklyn, aquel Día de la Raza de 1.998. Si quieres comprar un Smarties, te lo daré, incluso si quieres comprar una navajita de las uñas. Para ese monigote no te daré ni un solo niquel, no sirve para nada. Y el nieto que insistía cada cinco, dos, un minuto en la cervecería de Kuddam, el día de la Fiesta Germánica, ex-navidad. Y el abuelo que más de veinte veces rechazaba al nieto, si es para comer si, para el monigote no, el monigote no sirve para nada, ni un pfennig. En un siseó lo atraje junto a mí, Toma le dije, pobre, al principio confundido ante tanta bondad, algo casi sideral, no reaccionó. Al cabo empezó a pegar saltos mientras que las grandes ventanas azules de sus ojos se abrían en la mayor demostración de felicidad que recuerdo. Se fue, dando saltitos, a comprar su monigote...
(¡Vaya, vaya, el bondadoso Caius! ¡Mírenlo como se defiende este Clay al borde de las calderas del averno! ¡Es justo y bueno, el no debe morir! Insensato, egoísta, cínico ¿A quien esta consolando Claus sino al triste niño que fue? ¡Al niño, al mismo niño que nació destinado para las llamas, el queroseno, los escombros de la fábrica de tractores de Estalingrado, todo! Vaya con el bondadoso.)
Humo y Emanación Petrolífera me susurran la unísono: Tu, yo, no eres, no soy más que una de las innumerables posibilidades de otros mundos y otras vidas. Yo respondo a estos vahos apestosos: Tal vez consiga esta vez romper la cadena de las circunstancias. Dejarme arder, permitir que mi cuerpo se consuma por si solo. Me humillaré, no me daré muerte por mi mano; tal vez alcance la redención, sometiendo el orgullo. Un viento tórrido apunta a la bocana rota del vidrio espejado. Debo resistir, lo resisto. Mi piel se levanta en ronchas, se abre en círculos ovalados. Como en tiempos de mi esposa la Porky de Thelma, que siempre cuidaba mal de la barbacoa hasta el punto que chamuscaba los chuletones de Texas. Quizás no era tan americana...
Los pulmones van a explotar. Solo por experimento, por nada, para estar seguro de que elijo, de que puedo elegir: muevo un  poquitito los pies, para estar cierto de que si quisiera.... Si es cierto, si quisiera podría impulsarme al vacío, morir por mi mano. Aun soy capaz de moverme.
Un chorro de humo azul, denso como la niebla de la selva de Teotoburgo, se dirige en lanza a la ventan…
Vladimir Suilutev.-The Washington  Post.







No hay comentarios:

Publicar un comentario